Es una persona muy activa a sus 82 años y es que, a lo largo de su vida no ha hecho más que entregarse a muchas causas sociales.
Irundarra de pura cepa y amante incondicional del Alarde, ha participado en prácticamente todos los segmentos que se asocian al espectro social de su ciudad. Nunca ha parado de moverse y en esas sigue a sus 82 años quien se llama Feliciano Castillo, que nació en el barrio de Anaka, cerca del viejo campo de fútbol. Casado con Mari Cruz Rebollo, es el aita de Luis Enrique y Jesús Mari. Éste último, junto con su nuera, le ha dado dos nietas, que se llaman Paula y Adriana. No pasó de los estudios primarios y con trece años sabía lo que era trabajar. Empezó con esa edad en Telégrafos y también, sobre todo, se ha desenvuelto como agente comercial. De hecho ha llegado a llevar la representación de 28 firmas. Un fenómeno de la venta que ha colocado en el mercado artículos de perfumería, telas, zapatos, vinos, embutidos... Se jubiló a la entonces reglamentaria edad de 65 años y ahora ocupa su ocio paseando en liso, tomando algo con sus amigos y jugando a cartas de vez en cuando, día sí, día no. Es un vitalista por excelencia y reconoce que no puede parar quieto, que siempre tiene que estar haciendo algo.
-Feliciano, ¿eres feliciano, eres feliz?
-Pues mira, sí. La verdad es que no me puedo quejar.
-¿Quién te regaló ese pedazo de nombre?
-Mi tío y padrino, que era de Alsasua y que se llamaba así. Bueno, a mí la verdad es que no me gusta el nombre pero lo llevo con elegancia. De hecho, todos me conocen por Castillo, menos Mari Cruz que me llama Feli. Y también te confieso que nunca he hecho porque mi nombre se traspase a nadie de mi familia.
-Está claro, Castillo. Tanto como que eras un trasto cuando apenas levantabas unos pocos palmos.
-La verdad es que sí, porque cuando era muy pequeño recuerdo que me solía tirar en marcha del tranvía que iba de Irun a Hondarribia. Ya me hice alguna que otra avería. Y con siete años, me caí de una barandilla, no por el hueco sino siguiendo su trayectoria circular. Eran cinco pisos y estuve dos días inconsciente. Al tercero me dieron de alta. No sé si fue un milagro. De todos modos, creo que antes nos curábamos antes y mejor de lo malo. Y tengo más...
-Me tienes en ascuas.
-También con cinco años, mi hermano Jerónimo, el que tenía el bar Gure Kaiola de Behobia, me cortó un dedo de la mano derecha de una pedrada. Me llevaron al dispensario de Cruz Roja y sor Pilar me hizo una faena de aliño, de manera que me cortó la parte del dedo que colgaba y me hizo el muñón que puedes ver (lo enseña).
-Tiempos para el recuerdo...
-Yo me lo pasaba muy bien, hice muchos amigos, como los hermanos Gordo (Fernando y Ángel) ya fallecidos, Juan Mari 'Papali', que también tenía lo suyo. Con el tiempo hice migas con Agustín Sanz, Manolo -que tenía una cosa muy grande y que no es lo que estás pensando-, Txiki Gaztañaga o Ricardo Jiménez Sr., el padre de Arturo al que tú conoces muy bien.
-Luego, a estudiar.
-Pero hice lo justo, porque a los trece años ya estaba trabajando en Telégrafos. Empecé ganando peseta y media. A los catorce me hicieron fijo y ganaba algo más. Cuando me fuí, levantaba 1.100 pelas. Eran los tiempos de Julio Tejada, que era el jefe; de Margot Ausín o los hermanos Piera, Moisés y Honorio.
-Y das un nuevo paso, ¿no?
-Sí, ficho por 'Vinos Calvo', con Eugenio, como agente comercial; y después me fuí con Joaquín Solbes, que era de mi quinta. Estuve cuatro años como jefe de ventas, para luego pasar a 'Destilerías del Norte', una firma de Arre, en Navarra. Prácticamente me jubilé allí.
-¿A los 65?
-Sí, en efecto.
-Si te hubieran obligado a los 67...
-No habría habido ningún problema porque yo siempre he sido una persona acostumbrada a trabajar.
-Has tenido una intensa actividad social en el pueblo. Hablemos del Alarde.
-Pues te diré que el próximo 30 de junio cumpliré, si Dios quiere, 70 años desfilando. He salido de todo, de capitan, cinco años; de teniente, nueve; de soldado, como ahora, el resto. Sólo me ha faltado desfilar como cantinera. Vivo mucho el Alarde, la pena que me da es no tener las facultades de antaño. Menudas juergas nos pegábamos.
-Y has sido Rey Mago.
-Como paje y como Baltasar, nueve años, junto a Dorronsoro y Patri Arabolaza. Un año, me trajeron un caballo blanco -para hacer juego- y se volvió loco, se puso a dos patas y me mandó contra el capó de un coche. Terminé la cabalgata andando y después no quise saber más que de carrozas.
-¿Qué te dice la Irungo Atsegiña?
-Que ha sido una gran sociedad a la que me he entregado a tope, con la fanfare como cocinero o afilador; en el coro, cantando para los asilados del hospital; haciendo salidas a Miranda de Ebro, a la murciana Alcantarilla o a Condon, en Francia.
-En la sociedad, también destacaste por el mus, ¿no?
-El primer campeonato lo gané en 1957, cuando la Irungo estaba en la calle Mayor, con Faustino Sarasua. Jugué la final contra Plácido, el peluquero, y ganamos. Luego, en 1970, también me llevé la txapela con un tal Manolo de la Puente, que te sonará de algo.
-Y te gustaba el ciclismo.
-Fuí socio fundador del Club Ciclista San Miguel, que no duró mucho, y árbitro nacional. Me lo pasé bien.
-Como con el Real Unión...
-Desde los trece años y con carné infantil. Ahora soy el socio número uno cuando hace poco era el tres. No sé que habrá pasado con los que me antecedían, tendré que preguntar. No creo que se hayan muerto.
-¿Dónde ves al equipo?
-No como primero de grupo y costándole entrar en el 'play-off'. Andan flojos y con muchas tarjetas. Eso significa que les falta fuerza y que lo arreglan a base de golpes y marrullería. No tengo buenas sensaciones.
-Te suelo ver poteando por San Miguel...
-Por las tardes y sólo para tomar un par de vinos. Los tiempos en que caían ocho blancos por la mañana y ocho tintos por la tarde son historia. El poteo está de capa caída.
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